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R E M I X - Lecciones de este curso político 1.5
Sobre Tony Benn y Superman

No esperé que la publicación anterior tuviera tan buena acogida: según beehiv (el host original), acumula más de 1.000 visitas. La idea con este blog es poder escribir y publicar rápidamente. Está lejos de ser lo ideal: la mejor opción son infraestructuras y medios colectivos, no proyectos individuales. Pero, a falta de esa colectividad donde a uno le publiquen, seguiré con este blog y su republicación en Substack (una plataforma problemática, cierto) un tiempo después.
Esa misma prisa por publicar no ha permitido presentar el blog en condiciones. Porque la idea inicial era hablar de Tony Benn, el político británico que le da nombre e imagen. De haberle presentado, se podría citar la anécdota sobre el autor Mark Millar, que en su Red Son hace a Benn Primer Ministro hegemónico de finales del siglo XX. Y esto nos llevaría a Red Son, un cómic donde Superman aterriza en la Ucrania soviética en lugar de Kansas, que daría pie a pensar sobre Superman, la película de 2025.
Que nadie se asuste: el que escribe no buscará paralelismos toscos entre cultura popular y actualidad política, tan característicos de los 2010s. La Khaleesi resultó ser una tirana más, las secuelas de Star Wars, un callejón sin salida, y los líderes carismáticos, taberneros. Más allá de cuatro fragmentos mal recordados de La industria cultural, no tendría capacidad para vincular un tipo de montaje cinematográfico con una tradición política. Superman es aquí una mera percha de actualidad y atajo cognitivo para reflexionar sobre las narrativas de justicia que necesita un proyecto de gobierno opuesto al de la extrema derecha. Frente a su falsa revancha contra los vulnerables, necesitamos mostrar que estamos del lado de la mayoría. No se trata de justificar las propuestas políticas con datos e indicadores de desempeño; sino vincular hitos a la expansión de la democracia contra los que abusan de los derechos de trabajadores y sus familias.
Tony Benn y la derrota del laborismo de izquierdas
Primero, presentación obligada del patrón de este blog.
Brevemente: Tony Benn fue la figura de izquierda laborista más destacada de la segunda mitad del siglo XX. Ministro en varias ocasiones en los 60 y 70 (de Industria y Tecnología, entre otros), destacó por haber nacido aristócrata, renunciar a honores y moverse progresivamente a la izquierda tras su experiencia de gobierno. En los 80, cultivó un liderazgo alternativo para el laborismo, basado en la democratización del partido, el rechazo al modelo thatcheriano, el refuerzo de los sindicatos, política industrial activa y una política exterior autónoma para Reino Unido. Trató de construir alianzas con los movimientos sociales de su tiempo (ecologistas, feministas, etc.), pero tuvo dificultades para abrirse a sus propuestas. Esto se debió a que era laborista hasta la médula: creía en la posibilidad de cambiar el partido y el Estado desde dentro, liderando y subordinando a otros colectivos. Fracasó, aunque dejó un legado que luego recogieron Corbyn (como diputado) y su lugarteniente McDonnell (como asesor de Ken Livingstone en Londres), que aprendieron con él a hacer política.

Uno de sus legados (literalmente) más interesantes son sus diarios, donde reflejó su rica experiencia vital desde 1925 hasta su muerte en 2014. De cientos de anécdotas, emerge algo no exclusivo de Benn, sino extensible a políticos de su generación: hacían política para adultos. Respetaba tanto a sus simpatizantes como a sus contrincantes. Benn perdió muchas veces en su vida, pero en todas ellas postuló su proyecto limpiamente, sin ambigüedades y siendo honesto sobre los obstáculos que enfrentaba en el camino. En los diarios se encuentra con Black Panthers británicos, aplaudiendo su activismo pero preocupado por su aislamiento del resto de fuerzas de izquierda. Vive el surgimiento del punk, y no entiende muy bien por qué quieren ponerle en un programa con The Clash hasta que alguien le informa de las letras. En un encuentro con jóvenes en Bristol durante su primera experiencia de gobierno, con Wilson en los 60, descubre con sorpresa cosas que son hoy completamente la norma. Gran desconocimiento público sobre la función del parlamento, cinismo respecto a la labor de los políticos, brecha entre los líderes y la gente joven, ausencia de figuras que inspiren a un futuro mejor, rechazo a la impostura de muchos políticos y una condena al politiqueo intrapartidista. El contacto continuado con un público escéptico, que no tiene nada que ver con el “espíritu del 45” retratado por Ken Loach, le convence de la necesidad de una profunda renovación democrática del programa laborista.
Sin alargar mucho, dada la vida dilatada de Benn, uno de sus momentos más interesantes fue la Alternative Economic Strategy. Con Reino Unido endeudado, con déficit, desempleo e inflación acumulándose en la crisis de los 70, el laborismo de derechas se inclina a recortar y solicitar un oneroso crédito al FMI. Benn se opone frontalmente: es justo lo que Thatcher necesita, que su enfoque austeritario quede legitimado por la acción de gobierno progresista. Propone una estrategia económica alternativa. Propiedad pública, planificación económica y mayor participación de los trabajadores. Esto suponía pasar a la ofensiva, priorizando el bienestar social frente al ajuste. En sus propias palabras: “Una verdadera política laborista de salvamento de empleos, un vigoroso programa de inversión, control de las importaciones, control de los bancos y compañías de seguros, control de las exportaciones, del capital, impuestos más altos a los ricos”. El valiosísimo documental Against the Tide describe su eventual derrota ante las fuerzas combinadas del laborismo moderado, el funcionariado y la prensa. Hoy, ese “estar contra la marea” no ha perdido su vigencia: es imperativo un nuevo horizonte productivo frente al capitalismo fósil y parasitario de bienes clave como la vivienda, la salud, la educación o las comunicaciones.

El antídoto contra el revanchismo de las derechas
Para Benn y muchos de los que compartimos trinchera, la democratización de la renta, la riqueza y el tiempo no son meras palancas para un mundo mejor, sino también una cuestión de justicia. Son los trabajadores —también hoy contribuyentes y consumidores— los que sostienen la economía. A cambio, es razonable que todas las personas reciban lo suficiente para una existencia digna, e irracional que puedan coexistir multimillonarios junto a personas que sufren pobreza extrema. En frentes como la desigualdad de género o la transición ecológica, esta noción de justicia exige tomar partido: no es neutral, pero sí profundamente democrática.
Sin embargo, parte de la izquierda parece haber olvidado la necesidad de ofrecer una idea fuerte de justicia. No sólo como horizonte deseable, sino como relato movilizador, capaz de disputar el sentido común. En su lugar, nos refugiamos en una combinación de gestión tecnocrática o radicalismo melancólico hacia luchas pasadas, sin articular con claridad qué futuro queremos más allá del freno a las derechas. Ante la percepción general de un mundo injusto, eso deja un vacío que otros llenan con mero revanchismo ante los vulnerables.
El problema es que ese revanchismo de las derechas ofrece de forma eficaz respuestas falsas a frustraciones reales. Margaret Thatcher caricaturizó al Estado del bienestar como un nanny state que infantilizaba a la ciudadanía, para desmantelar los servicios públicos. Erigió a los funcionarios que denegaban ayudas, los ayuntamientos que no invertían en servicios, o los periodistas de la BBC que percibían altos sueldos en enemigos del pueblo. Contra ellos, planteó una falsa revolución en favor de un consumismo popular, que permitía “decidir” al ciudadano qué empresa privatizada contratar para cubrir servicios básicos. Hoy, esa caricatura ha sido amplificada por la extrema derecha, que ya no se limita a atacar lo público, sino que dirige su cruzada contra cualquier avance en derechos sociales, especialmente los de mujeres, minorías y personas LGTBI, presentándolos como privilegios a costa del “hombre blanco”. Lo que antes era una crítica al gasto público ahora es una campaña abierta contra la igualdad y la democracia. Frente a esto, la izquierda no puede limitarse a ofrecer datos ni a gestionar con solvencia: necesita volver a hablar de justicia.
¿Y qué tiene que ver Superman con todo esto, además de la tenue conexión con Benn en el cómic Red Son que indicamos al inicio? Una de las objeciones más comunes al blog anterior en BlueSky fue la reivindicación de los logros de la anterior legislatura. El impacto de la reforma laboral, subida salarial, PERTE y demás. No porque se negase su impacto positivo, o porque se argumentase “el PIB no se come”, sino porque se asocia a la ya denostada idea de que el dato mata el relato. Es decir, se cuestiona que los hechos, por sí solos, sean capaces de tumbar los argumentos de la oposición conservadora.
Estoy de acuerdo con esto último y de hecho el blog no quería apoyar esa tesis. Desde el referéndum del Brexit quedó claro que la racionalidad económica no es suficiente para orientar el voto; ni de los ganadores ni de los perdedores de la globalización. Lo que no terminó de quedar claro en la conversación en redes, no obstante, es lo siguiente: la victoria de mínimos (o empate técnico) del verano de 2023 habría sido imposible sin esa buena marcha de la economía. De hecho, si el gobierno tiene alguna (remota) posibilidad de revalidar en 2027 o antes es precisamente porque sigue aumentando el empleo y se mantiene la actividad económica. Pero no es porque el dato mate ningún relato, sino porque pese al escándalo de la vivienda, los coletazos de la inflación y otros problemas, tanto trabajadores como empresarios comparten una confianza relativa en el futuro de la economía. O, al menos, eso nos cuenta el CIS.
Lo que sí es fundamental es complementar esta realidad material con una narrativa de justicia. ¿Por qué inspirarnos en Superman? Sin revelar nada de la trama, lo cierto es que es una película de superhéroes refrescante por su optimismo. Lejos de la oscuridad conservadora de algunos batmans o el cinismo ultraliberal de ciertos iron mans, el protagonista es la respuesta perfecta a una pregunta clave del género: qué impide a un Dios ser simplemente un dictador absoluto. En palabras de James Gunn, el director: “Superman es la historia de Estados Unidos. Un inmigrante que vino de otros lugares y pobló el país. Pero para mí, es sobre todo una historia que dice que la bondad humana básica es un valor y algo que hemos perdido.” Igualmente, como nos contaba Jeet Heer en The Nation, las primeras historietas de Superman están imbuidas del espíritu del New Deal estadounidense y su intento de reconstruir al país desde cimientos más igualitarios. Su archienemigo, Lex Luthor, es un magnate que busca manipular al poder político en su beneficio: especulador inmobiliario al estilo Trump en el film de 1978; inventor megalómano al estilo Musk en la versión de 2025.
El lanzamiento de la película ha ofendido a los frágiles perfiles de extrema derecha que pueblan las redes, tildándolo de propaganda progre y deseando (sin éxito) su fracaso comercial. Esta reacción airada de los traficantes y consumidores de rencor es políticamente insignificante y ninguna película puede salvarnos de su operación comunicativa para tomar el poder. Pero sí nos da una pista de cómo constituir una alternativa. Internet es un espacio donde las ansiedades y las amenazas reales y percibidas se amplifican y se explotan para movilizar el apoyo a las agendas de extrema derecha. El insulto y las expresiones de violencia contra mujeres, personas migrantes o personas LGTBI no sirven solo para censurar a esos grupos, sino que actúan como rituales colectivos, donde el acoso sin límites destruye lazos con el mundo real y refuerza la conexión parasocial con movimientos autoritarios. Es decir, el revanchismo derechista no es solo una narrativa sino un mecanismo de socialización negativa, sobre todo para sus vanguardias en redes.
Este “malismo”, como lo ha definido Mauro Entrialgo, debe combatirse no con buenismo ingenuo sino con justicia bien dirigida contra los que nos hacen la vida más difícil. Una justicia que implique hacer valer las reglas frente a los privilegios de quienes se creen por encima de ellas. Actuar contra la impunidad de actores económicos demasiado acostumbrados a operar sin control. Desde sancionar a aerolíneas por prácticas abusivas como cobrar por equipaje de mano o por la asignación de asiento a menores o poner orden en el alquiler turístico. Demostrar que el Estado puede, y debe, estar del lado de la gente frente a quienes abusan de su posición.
Justo es ampliar derechos concretos, más allá de complementar con datos su impacto positivo: subir el salario mínimo, revalorizar las pensiones más bajas, extender las bajas por nacimiento y cuidado, invertir miles de millones en el tejido productivo a través de los PERTE, mejorar la atención a las personas dependientes con un plan de choque tras años de abandono, aprobar ayudas al transporte y reforzar el escudo social con medidas como el bono eléctrico y térmico o la prohibición de lanzamientos sin alternativa habitacional. Incluso en el ámbito internacional, con gestos como el reconocimiento del Estado palestino, la acción de gobierno debe enmarcarse en un intento de justicia. No son datos o enumeraciones que matan un relato. Son hitos que deben engarzarse en torno a una labor de justicia; justicia contra los que promulgan revanchas contra los débiles e impunidad para los poderosos.
Algunas recomendaciones de estos días, sin orden alguno
El libro Post-Internet Far Right de Alex Roberts and Sam Moore ha informado la reflexión sobre los usos de la violencia en favor de la extrema derecha en entornos digitales. De acceso libre, es una guía amena y al tiempo sagaz sobre los fundamentos del nuevo fascismo digital.
Me he puesto al día con el podcast del Círculo de Bellas Artes, Margen de Maniobra. La mejor aproximación a temas tan diversos como el trumpismo o el Plan Draghi, con gente que sabe mucho del tema.
La película mid90s, de Jonah Hill, una mirada nostálgica al mundo skater de un Los Ángeles que ya no existe. Gran banda sonora e interpretaciones de actores poco conocidos.
El artículo The Revolution Will Not Be Star Wars de Winslow-Yost en la NYRB, una reflexión sobre Andor y los límites de la ficción política en un mundo dominado por megaplataformas.
La respuesta de David Palma a ciertos sectores ecologistas, contrarios al Decreto Antiapagones. Más allá del voto al Decreto, se explica la necesidad de hacer de la transición ecológica un nuevo campo de disputa.
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